Llevo veintiséis años en la enseñanza como profesora de inglés en Secundaria y Bachillerato. Veintiséis años conviviendo con adolescentes, veintiséis años enseñándoles y veintiséis años cuestionándome mi labor; veintiséis años cuestionándome un sistema educativo que adolece de muchas cosas pero, indudablemente, de algo esencial y básico: ofrecer a nuestros jóvenes estrategias de aprendizaje para su desarrollo personal e individual.

Nuestra sociedad crece, se desarrolla económica y tecnológicamente a una velocidad vertiginosa. Todos nos dejamos llevar por ese afán de desear y conseguir algo fuera de nosotros que sustituya los vacíos que cada uno de nosotros tenemos dentro, sin darnos cuenta de que ese objetivo, conseguir nuestra paz y armonía, nunca se verá cumplido en esta búsqueda hedónica de la felicidad.

Nosotros, padres y madres de nuevas generaciones, maestros y maestras,tenemos una gran responsabilidad: en nuestras manos está hacer de nuestros jóvenes, hombres y mujeres responsables, moral y éticamente. Nuestra sociedad se asienta en dos pilares básicos: la familia y la educación. Si estos pilares están quebrados, nuestros jóvenes no podrán encontrar esos valores que, inequívocamente, tienen, pero que nadie les ayuda a encontrar. Hace un tiempo escuché a alguien leer una cita del dramaturgo y filósofo alemán Goethe, que ha sido y es mi inspiración: “Trata a un ser humano como lo que es y seguirá siendo lo que es, pero trátalo como puede llegar a ser, y se convertirá en lo que está llamado a ser”.

Este año he tenido la maravillosa oportunidad de trabajar con mis alumnos desde otra perspectiva: desde mi corazón y hacia el de ellos. Motivada e inspirada por ofrecer a mis alumnos algo más allá del mero componente académico, he tenido la gran fortuna de poder implantar Mindfulness en mi colegio. Y he podido ver, desde esa experiencia, el potencial humano que emerge de estos pequeños sabios, mis alumnos. Cada sesión con ellos era una nueva ventana abierta hacia la esperanza, y, cada momento, un reencuentro conmigo misma desde una mirada desconocida hasta entonces:yo no enseñaba, aprendía.

Desde aquí mi agradecimiento a mis pequeños sabios, mi agradecimiento a su lealtad, su curiosidad, su amabilidad y generosidad. Gracias, queridos alumnos, por enseñarme a enseñar.

Adela Soria Gutiérrez